miércoles, 19 de enero de 2005

EL PRESERVATIVO

Evaristo de Vicente Doctor en Derecho y periodista

Quizá a partir de ahora "ABC" para algunos ya no solo será un periódico o una cadena de televisión, ahora, además significará, traído de la lengua inglesa: Abstinencia, fidelidad (de Be faithful) y la “C” de Condon. Así se publicó en la revista médica número 1 de Europa, Lancet (27-11-2004) muy citada últimamente.

Podríamos traer a este artículo ahora abundantes citas de estudiosos y prestigiosos hombres de ciencia que nos hablarían de lo grave y terrible que es el SIDA y de cómo el preservativo –nadie pone en duda que la abstinencia y la fidelidad conyugal no trasmiten esta enfermedad— puede en algunos casos, en muy pocos por otra parte, impedir que se trasmita el SIDA.

Pero no es este el punto central de lo que hoy es actualidad. Hay que distinguir entre lo que puede ser un modo de prevenir enfermedades y el juicio moral sobre el acto en sí mismo de prevención; es decir, el método que se emplea para prevenir. Se ha dicho hasta la saciedad que “no todo lo que se puede hacer es lícito hacerlo”; qué duda cabe que un dolor de muelas se quita decapitando a una persona, pero ese modo de proceder es una acción grave aunque lo que le moviera al compasivo decapitador tuviera un fin saludable.

Una cosa es lo que previene enfermedades y otra que sea lícito el método empleado. Es verdad lo que dice Martínez Camino de que el “ABC” es un método que previene el SIDA, pero el juicio moral sobre el uso del preservativo, del que no se habló en ese momento, es gravemente malo. Si usted me pregunta modos de quitar dolores de muelas, incluso le hablo del más arriba aludido, pero si me pregunta si eso está bien, le diré, sin dudar, que ese método es francamente malo.

Tengo la seguridad de que ésta distinción no ha sido hecha por la prensa y por los distintos medios de comunicación en los titulares del día 19 de Enero, porque no puede ser más claro el Catecismo de la Doctrina de la Iglesia Católica cuando –en su número 2370— afirma “es intrínsecamente mala toda acción que, o en previsión del acto conyugal, o en su realización, o en el desarrollo de sus consecuencias naturales, se proponga como fin o como medio, hacer imposible la procreación”. También es manida la frase de que se puede decir más alto pero no más claro.

Este mensaje podría ser fundamentado entre otros muchos argumentos con aquellas palabras de Juan Pablo II que comentando éste número del Catecismo arriba citado dice que "al lenguaje natural que expresa la recíproca donación total de los esposos, el anticoncepcionismo (el uso del preservativo, por ejemplo) impone un lenguaje objetivamente contradictorio, es decir, el de no darse al otro totalmente: se produce no sólo el rechazo positivo de la apertura a la vida, sino también una falsificación de la verdad interior del amor conyugal, llamado a entregarse en plenitud personal". Por esto dice la Iglesia no al preservativo, porque dice sí al amor y a la unión verdadera –no falsa— entre los que se aman de todo corazón.

No sé por qué estoy diciendo yo estas cosas cuando la encíclica Veritatis splendor (n.80) citando a Pablo VI lo dice de maravilla: “Sobre los actos intrínsecamente malos y refiriéndose a las prácticas contraceptivas (el preservativo, por ejemplo, lo es) mediante las cuales el acto conyugal es realizado intencionalmente infecundo, Pablo VI enseña: « En verdad, (…) no es lícito, ni aun por razones gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien (cf. Rom 3, 8), es decir, hacer objeto de un acto positivo de voluntad lo que es intrínsecamente desordenado y por lo mismo indigno de la persona humana, aunque con ello se quisiese salvaguardar o promover el bien individual, familiar o social”. Ven, lo que yo les decía, pero mejor dicho.