lunes, 11 de febrero de 2008

Esclava a sólo 350 km. de España



Cuando el debate aquí es sobre las costumbres de los inmigrantes, a una hora de avión el 10% de la población mauritana vive en la esclavitud. Hablan por primera vez

JUAN CARLOS DE LA CAL. Enviado especial a Nouakchott

El hijo de la infamia. Chej es hijo del amo de Teewa, que la violó cuando apenas era niña.

Teewa pide protección. Con la mirada, con los gestos, con su silencio. También la pide con las palmaditas que le da a su bebé mientras busca, en lo más profundo de su ser, los recuerdos que han marcado su vida de esclava. Trata de covertirlos en palabras. No puede. No le salen. El peso de una NO existencia, en sus 25 años de vida, bloquean su mente. Y su espíritu...

Porque en Mauritania -a 350 kilómetros de España-, último país del mundo en abolirla, la esclavitud todavía es una costumbre, una tradición heredada de generación en generación. Nada que ver con las que los políticos debaten aquí estos días al respecto a la inmigración que nos llega. Allí, en el país del desierto, el 10% de la población -400.000 seres humanos-, vive esclavizada. Aquí, los candidatos amenazan con ser esclavos de sus palabras por un "quítame esos velos".

Pero lo importante es que, hoy, tras siglos de silencio, los esclavos hablan por primera vez para un medio de comunicación, poniendo cara a esta infamia.

Teewa nació esclava, como su madre y su abuela, en una adwabas, o guetos del desierto donde los amos dejan a sus esclavos cuidando los camellos. A los cuatros años se enteró de que no todos los niños eran iguales entre las dunas cuando su dueño no le dejaba, ni a ella ni a sus hermanas, ir a la escuela. Mientras aquellos aprendían los versos de El Corán con un morabito, Teewa iba a buscar leña y comida para los animales.

En la adolescencia se sentía orgullosa de su madre porque el amo iba todas las noches a su tienda. Eso significaba que le gustaba. Pero llegó un día en que el hombre, viejo y gordo, empezó a mirar su cuerpo de niña con otros ojos, una mirada que no prometía nada bueno. Acababa de cumplir 12 años cuando ocurrió. Una noche se abalanzó sobre ella. La violó y la dejó tirada llorando desconsoladamente. Lo repitió varias veces mientras ella le maldecía. Nueve meses después nació Chej.

El hijo que concibió de su amo también tiene ahora 12 años de anónima tristeza. Durante la entrevista se coloca detrás de su madre. Apoya la mano sobre su hombro. Ni parpadea cuando la oye contar los detalles del escarnio de su padre biológico. Para ellos, como para el resto de los esclavos con los que hablamos, es una novedad contarle sus penas a un extranjero. Algo impensable hasta ahora en Mauritania, con vuelos directos a Canarias dos veces por semana para alimentar un turismo que crece paulatinamente.

Cuando Teewa cumplió los 15, su amo decidió que era el momento para casarla. Aprovechó la aparición de Mohamed, un chico fuerte de otra tribu, también esclavo, "y decidió entregarme a él porque "un hombre no debe andar sólo por el desierto", me dijo", recuerda.

El matrimonio tuvo cuatro hijos. El propio amo escogió los nombres de todos siguiendo una tradición de siglos. "Trabajábamos todo el día para él a cambio de la comida que cultivábamos y de los harapos que nos daba. Jamás nos pagó. El año pasado, reunió a todos sus esclavos -más de cien- y nos dijo que los hombres tenían que acompañarle a fundar un nuevo pueblo a varios días en camello de allí. Las mujeres y los niños no podíamos ir. Obligó a nuestros maridos a divorciarse de nosotras", cuenta la joven madre.

NIÑOS SECUESTRADOS

Nos quedamos mudos ante semejante declaración. Un amo que viola, casa y divorcia a sus esclavos al más absoluto de sus antojos. Todopoderoso dios del desierto en este siglo globalizado.

Pero lo peor vino cuando el amo llegó a la mañana siguiente de que su marido partiera y se llevó consigo a sus dos hijas. ""Despídete de ellas porque no las vas a ver más" me dijo", sigue Teewa. "Después me confesaron que las ofreció como regalo al jefe de otra tribu que le había prestado varios camellos para formar una caravana. Creí morirme de pena. Una prima me habló entonces de que había personas en los pueblos grandes que se dedicaban a liberar a gente como nosotros. Hace cinco meses, cogí a mi hijo mayor y al pequeño y me uní a una caravana hasta llegar a un oasis donde una mujer blanca me trajo aquí".

Tewaa dice que ahora es feliz. Pero sus ojos no brillan, ni su boca sonríe, ni su corazón palpita con ese sentimiento. Sin su marido, la mitad de sus hijos perdidos, durmiendo con una veintena de personas en otra habitación... ¿Qué felicidad es esa? Nos sorprende aún más con su penúltima reivindicación: "Quiero que mi antiguo amo reconozca a su hijo, que le de una educación y le ayude a sobrevivir como un padre, no como su dueño", afirma con una contundencia inusitada.

Un grupo de hombres libres, de los de verdad, de los que nacieron libres hijos de padres libres, forman una media luna a su alrededor. Son los miembros de la asociación SOS Esclaves, una ONG laica formada por intelectuales mauritanos nacida clandestinamente hace una década para liberar a esos esclavos y para alertar al mundo sobre la realidad de este estado africano.

"La abolición quedó en papel mojado porque no vino acompañada de programas específicos. La mayoría de la gente ni se enteró. Y los que lo hicieron volvieron al poco tiempo con sus amos suplicando que les acogieran de nuevo porque no tenían donde ir ni sabían vivir en libertad", asegura Boubakar Messaoub, presidente de la asociación y también antiguo esclavo. Su madre era una negra wolof comprada en un mercado por un saco de maíz.

Hasta que, en mayo de 2006, el presidente de Mauritania, Ely Ould Mohamed Vall, no reconoció por primera vez que la esclavitud es un problema vigente en el país, cualquier comentario sobre el tema estaba prohibido. Messaoub pasó incluso 13 meses en la cárcel por denunciar públicamente lo que ocurría.

"Hasta hace bien poco tiempo era impensable que alguien entrevistase directamente a las víctimas. Espero que le deis la dimensión adecuada porque es un momento muy importante para nosotros", nos pide. De su mano entramos en este suburbio de la capital, llamado Cartier el Mina, para encontrarnos con Teewa y su hijo en su chabola. Por aquí, entre estos barracones, junto al vertedero de la ciudad, esconden a cientos de esclavos, fantasmas huidos de sus amos en los últimos meses.

PATRIMONIO FAMILIAR

Porque la paradoja legal que trajo consigo la abolición de la esclavitud es que el Estado tenía que indemnizar a los amos por la pérdida de su patrimonio. Sí, ha leído bien. Los esclavos en Mauritania son considerados un patrimonio familiar. Y los que huían tenían que esconderse porque corrían el peligro de ser detenidos por la Policía y devueltos a sus legítimos dueños.

Afortunadamente, todo cambió el pasado 9 de agosto, cuando la Asamblea Nacional votó una ley por la que se castigaba, por primera vez, a los dueños de esclavos con penas de hasta 10 años de cárcel y multas de 1.500 euros. También por primera vez - hablamos de hace apenas seis meses- el 10% de los mauritanos quedaba protegido jurídicamente frente a sus amos.

"Para ellos, la vida fue siempre así. Todos sus antepasados, por generaciones, nacieron y murieron esclavos, propiedad de las mismas familias, en lo más profundo del desierto y sin contacto con el exterior. Ese era su mundo real y no tenían con qué compararlo. Es algo hereditario, tradicional, y eso, en Mauritania, es sagrado", afirma Boubakar Ould Mohamed, abogado y secretario de SOS Esclaves.

El aislamiento del país magrebí -más de un millón de kilómetros cuadrados de arena y piedras- permite que su estructura social se asemeje más al sistema de castas indio que a la de cualquier nación africana. En la cúspide de la pirámide están los llamados moros blancos, descendientes de las tribus guerreras emparentadas con los touaregs, que en 1766 ganaron una batalla a las tribus de los marabutos, venidas del sur, y de piel más negra. Desde entonces son los amos y señores del desierto.

Por debajo de ellos están los moros negros, descendientes de los marabutos, que también tienen esclavos a su servicio. Después están los haratins o esclavos liberados. Representan casi el 40% de la población, dominan el comercio y ocupan puestos políticos. Aunque, como apuntan desde la asociación, "el haratin sabe, en el fondo de su mente, que siempre será un esclavo".

Por fin, en el último eslabón, están los negros. ¡Cómo no! La mayoría son descendientes de antiguas tribus subsaharianas esclavizadas por los antepasados de las tribus del desierto. Sus nombres son de origen wolof o diola, comunes en Senegal o Malí. Y son los esclavos preferidos por los moros de todos los colores.

Dicen que hace 20 años, cuando los que vivían en las principales ciudades -Nouakchott o Nouadibou, sobre todo- se enteraron de que eran libres y podían ir donde quisieran, trataron de volver con las familias de sus antepasados en sus países de origen. Pero fueron rechazados porque las condiciones de vida de éstos eran aún peores que las suyas. Por eso, muchos decidieron volver con sus antiguos amos. También, nos aseguran, se esclavizan entre ellos mismos, poniendo en práctica lo aprendido durante siglos.

"Eso demuestra que son esclavos psíquicos y no solamente físicos, que sus cadenas son mentales y no de metal. No entienden el concepto de libertad. Es un fenómeno invisible que existe más allá de cualquier ficción. Los esclavos no tienen papeles, ni identidad, no saben su edad, son analfabetos, a los hombres los liberan por la noche para producir hijos, no pueden casarse sin permiso del amo, todo lo que tienen viene del dueño, los entierran en distintos cementerios... Al final, acaban pensando que es voluntad de Dios ser esclavos", añade Boubbakar Messoud, el presidente de SOS Esclaves.

ALTO PRECIO

En otra chabola encontramos un caso terrible: Anna Mint, 38 años -estimados porque no sabe su edad-, repite de memoria las suras de El Corán al ritmo del profesor. Es analfabeta porque nunca la dejaron ir a la escuela. Anna cuidaba de los camellos de su amo en Irkiz, un poblado a 200 kilómetros de la capital. Un día conoció a Isselmon Ahmed, otro camellero de un oasis lejano que se quedó prendado de ella. Como es tradición, el hombre fue a pedir la mano de la esclava a su amo. "¿Y quién va a cuidar de mis camellos? Te la doy a condición de que os quedéis los dos conmigo".

Al poco se casaron y nacieron dos niños: Salem, hoy con 8 años , y Bilal, ya con 5. A pesar de eso, el amo no respetó su estado y abusó varias veces de Anna. Un día, Isselmon no aguantó más y se fue a la ciudad a denunciarle. Los gendarmes acudieron al poblado, le interrogaron y se marcharon sin más pesquisas. Entonces, el patrón cogió su pistola y trató de matar al hombre que le había denunciado. "Le pegó una paliza a mi mujer para que dijera donde me escondía. La dejó herida. Cuando se recuperó, Anna huyó también, pero dos de nuestros hijos se quedaron con él", cuenta Isselmon.

También hay casos de hombres libres que se han negado a ser esclavos. Como Cheikna Med, de 67 años, al que echaron de su tierra junto a su mujer y su hermana Marian hace menos de un año por negarse a pertenecer al hombre que había comprado las tierras donde vivió su familia por generaciones. "El Gobierno da tierra a cambio de votos. Un día llegó un tipo allí con unos papeles en la mano diciendo que el sitio donde están enterrados mis padres y mis abuelos era suyo y que teníamos dos opciones: irnos o quedarnos allí para servirle gratis. Optamos por marcharnos y pedir ayuda a esta gente", asegura el abuelo.

La lista de casos es interminable. Organizaciones como Amnistía Internacional o la británica Anti Slavery llevan años denunciando la situación. Hace unos meses, un grupo de esclavos se levantó en armas contra sus amos y logró escapar. Y, cíclicamente, todavía saltan a la luz noticias sobre la intervención de caravanas de esclavos en medio del desierto. Muchos trabajan ahora para las mafias que trafican con inmigrantes, coches de lujo o droga instaladas en el norte del país.

Su única esperanza es la presión internacional. Que se sucedan los artículos en los medios. Su libertad todavía tiene un precio. Y eso, como las costumbres, no se negocia en una campaña electoral. Es sagrada.

LOS MANDAMIENTOS DEL AMO

1. Pertenezco a mi amo. Los esclavos son patrimonio familiar: se heredan, compran y venden.
2. No puedo casarme sin permiso del amo. Y él es el que elige la pareja y decide los divorcios.
3. Mi amo es el dueño de mis hijos. Y se queda con ellos, o los regala, si la madre huye.
4. Mi amo no me deja estudiar ni tener papeles. El decide los nombres y quién va a la escuela.
5. Todo lo que tengo es de mi amo. Comida y ropa incluida. Nunca les paga nada.

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