miércoles, 1 de febrero de 2006

Un mapa en 3D del VIH

El tamaño y la forma del virus de la inmunodeficiencia humana son muy variables. Un equipo de investigadores ha logrado, por primera vez, reconstruir en tres dimensiones la estructura del VIH, lo que ayudará a desarrollar terapias más eficaces.

Elmundo.es

Tanto el tamaño como la forma del virus de la inmunodeficiencia humana son muy variables. Sin embargo, un equipo de investigadores ha logrado, por primera vez, reconstruir en tres dimensiones la estructura de este patógeno, que afecta a más de 40 millones de personas en todo el mundo. Han sido necesarias cientos de imágenes tomadas desde diferentes ángulos de 70 virus individuales para lograr la reconstrucción.

Una de las cuestiones que hasta ahora permanecía sin respuesta es el motivo por el que el VIH puede variar tanto de tamaño sin perder sus propiedades y su estructura principal. Los autores de la investigación, publicada en la revista 'Structure', creen que han encontrado una de las claves para explicar este comportamiento.

Estos científicos, de la Universidad de Oxford (Reino Unido) y de la Universidad de Heidelberg (Alemania), han conseguido revelar la morfología del VIH, lo que puede ayudar en un futuro a desarrollar terapias más efectivas

Según revelan, mientras en la mayoría de los virus son las estructuras internas y las regiones centrales las que definen el tamaño, en el caso del VIH la responsable final y la que pone el límite es la membrana o capa externa del virus. Esta particularidad permite que el núcleo del VIH, que contiene el genoma, se expanda sin problemas y que sólo detenga su crecimiento cuando alcanza y toca la capa externa que lo contiene.

Es decir, la superficie interna de la membrana es la que controla el crecimiento y permite que las partes más importantes de la estructura del virus cambien de tamaño sin alterar sus condiciones.

"Este descubrimiento, que sirve para comprender mejor cómo se forma el virus del sida y cómo se las arregla para invadir las células del organismo humano puede ayudar a desarrollar métodos y terapias más eficaces para luchar contra él", declara a elmundo.es Stephen Fuller, del Wellcome Trust Centre for Human Genetics de la Universidad de Oxford y principal autor del trabajo.

Menor que un glóbulo rojo

El virus de la inmunodeficiencia humana es unas 60 veces más pequeño que un glóbulo rojo, "lo que le permite penetrar en los espacios más recónditos y diminutos del cuerpo humano", explica el Dr. Fuller. Este tamaño del VIH lo hace demasiado pequeño para un microscopio normal. Los microscopios electrónicos y de rayos X pueden verlo, pero ofrecen imágenes poco precisas.

Para lograr reconstruir el virus en 3D, los investigadores han utilizado una técnica especial, denominada tomografía crio-electrónica, que permite observar detalles de la morfología del virus. La técnica ya se había utilizado antes pero es la primera vez que se emplea para "fotografiar" al VIH en tres dimensiones.

El trabajo proporciona una información útil para desarrollar fármacos más eficaces que actúen sobre los mecanismos de crecimiento y expansión del virus.

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Un nuevo modelo social se extiende entre los jóvenes de Europa

Publicamos, por la estupenda descripción de lo que está sucediendo, un artículo de opinión aparecido el 23 de enero en el diario ABC de Juan Manuel de Prada, acerca de la nueva generación y el nuevo modelo social que está extendiéndose en la juventud europea, y que se fundamenta en el hedonismo y egoísmo en pareja.

"No hay futuro [Hastío vital]"

Artículo de Juan Manuel de Prada en ABC

Lunes 23 de enero de 2006

Hasta hace poco, las parejas sin descendencia eran miradas con una suerte de caridad compungida; presumíamos que, si no habían procreado, se debía a que alguna deficiencia orgánica se lo impedía. Tratábamos a estas parejas sin hijos con esa especie de funesta obsequiosidad que empleamos con los familiares de un difunto, cuando acudimos al velatorio a confortarlos.

Ahora empieza a suceder lo contrario: a las parejas con hijos se las empieza a mirar con una mezcla de aprensión y desconfianza, como si fueran pringados a quienes el farmacéutico del barrio endosa las cajas de condones averiados; las parejas sin hijos, en cambio, son contempladas con una fascinada curiosidad, incluso con envidia. Se han convertido en un modelo social digno de emulación, en ácreadores de tendencias; incluso se les ha adjudicado una designación que suena risueña y megacool, "dinkis" (derivada del acrónimo DINK: "Double Income, No Kids").

Son parejas que han dimitido voluntariamente de la procreación, encerradas en la cápsula de un amor sin prolongaciones, como Narcisos atrapados en su fuente. Ya ni siquiera necesitan justificar las razones de su elección; pero, en caso de que alguien se las pregunte, responden con una munición orgullosa y archisabida: desean prolongar su juventud (pero en el fondo saben que son jóvenes fiambres, y que no hay modo más infalible de acelerar el advenimiento de la vejez que la compulsiva manía de disimularlo con afeites juveniles), desean alcanzar la estabilidad laboral (pero una vez alcanzado este objetivo, la ambición les dictará seguir ascendiendo), desean disfrutar de sus ratos de asueto, de sus vacaciones, y, sobre todo, de su dinero con una intensidad que no les permitiría la fundación de una familia.

No negaremos que haya razones sociales, económicas, psicológicas e incluso ideológicas por las que entre los europeos se ha extendido un modelo de convivencia tan narcisista y ensimismado en el disfrute de un bienestar puramente material. Pero, más allá de estas razones coyunturales (que no son sino lastimosas coartadas), existe una razón mucho más honda, que es el hastío vital.

El amor que no se prolonga en otro ser acaba sucumbiendo a la náusea de su propia esterilidad; esos "dinkies" que se juntan para inventar una forma de entrega postiza que en realidad es una forma de egoísmo recíproco encarnan, acaso sin saberlo, el emblema de un fin de época. Algo muy grave está ocurriendo, cuando un continente que atraviesa la etapa más próspera de su historia, que dispone de medios para combatir la enfermedad y prolongar la vida, que parece haberse sacudido la amenaza de las guerras, plagas y catástrofes naturales que en otras épocas diezmaron su población, presenta una tasa de nacimientos (sólo rectificada por el flujo de inmigrantes) que ha caído por debajo del nivel de sustitución. Algo muy grave está ocurriendo, cuando cada vez más europeos se niegan a crear una nueva generación.

Los pueblos que dimiten de la procreación son pueblos que han perdido la fe en el futuro. El suicidio demográfico, ese "arrebato de automutilación" (Solzhenitsyn) que está minando la vitalidad europea, delata la crisis de una forma de civilización. Falta una esperanza que dé sentido a nuestra vida y a nuestra historia. La debilitación del concepto de familia, el ombliguismo existencial, el egoísmo parasitario de las nuevas generaciones que postergan o declinan la oportunidad de reproducirse no son sino síntomas de esa crisis. Europa no sólo carece de recursos para mantener su civilización, sino que ni siquiera posee argumentos para prolongar su existencia. A este hastío vital que mata la imaginación, entorpece el deseo y niega el futuro humano se le considera, sin embargo, una "tendencia" digna de ser emulada. Ha llegado el momento de cerrar el quiosco y esperar la llegada de los bárbaros.


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