sábado, 11 de marzo de 2006

Prostitución en España: menores nigerianas por "quince euros todo"


José Miguel Vilar Bou



Paquita de Lucas, presidenta de Mujeres de Noche Buscando el Día, asociación que busca dar una nueva vida a las ex prostitutas.


Es de madrugada. El coche avanza despacio con las luces cortas. Las prostitutas se amontonan bellas y derrotadas por los arcenes. Algunas con bocadillos envueltos en papel de plata.


11 de marzo de 2006.
Son rostros africanos y desolados. Extremadamente jóvenes. Alguna mira al vehículo con temor. Todavía no ha aprendido a fingir o a gustar. Otra llora en la sombra, pero en cuanto los focos del coche la iluminan, sonríe lúbricamente y exhibe una pantorrilla oscura y sin media pese a que es febrero.

Bajamos la ventanilla junto a una de ellas. Es muy hermosa. Dice llamarse Denisse y ser nigeriana. "Tengo 16 años", responde cuando se le pregunta su edad. "Quince euros todo", repite varias veces. Quince euros por acostarse con una menor. Se deja mirar asumiendo que es mercancía. Un taxista ha aparcado tras una casa de aperos para tomarse un rato libre en mitad del turno nocturno. Denisse sigue esperando a que la subamos. "Buenas noches", nos despedimos. Nos mira incrédula: "¿Os vais? ¡Quince euros todo!"

Viejas de 30 años

Para cuando amanezca, una chica especialmente deseable como Denisse se habrá acostado fácilmente con veinte hombres. La vida le recompensará en unos años con enfermedades vaginales, un cuello de útero despedazado y un envejecimiento prematuro. "Se les caen los dientes por las drogas. El alcoholismo las convierte en viejas de 30 años", explica Teresa López, trabajadora social de Mujeres de Noche Buscando el Día.

"A los 30 años están acabadas", sentencia Paquita de Lucas, presidenta de esta asociación que lucha por lograr que las ex prostitutas puedan tener una nueva vida. "Nos hemos encontrado con casos de chicas que fueron obligadas a prostituirse a los once años. Pero el tiempo pasa. De repente son viejas para ejercer. Durante toda su vida han sido manipuladas y ahora se encuentran con que no saben hacer nada. No están preparadas para ganarse la vida. Por sus manos han pasado cantidades increíbles de dinero. Pero todo va a parar al proxeneta o a la organización que las esclaviza".

El mismo mundo que las raptó siendo niñas las escupe cuando ya no producen beneficio. Pero ya no son lo que eran. Han vivido en un entorno hostil, del que no forma parte el afecto. "Sus propias compañeras son enemigas", explica Teresa López. "Viven en una selva sin sol. Están expuestas a las agresiones de los clientes y de sus chulos". Los abortos practicados en sórdidas cocinas o garajes están al orden del día. Amunod tiene constancia de que a muchas las han librado de un hijo no deseado a patadas y palos en el vientre en el patio del club donde trabajan.

Estigmatizadas de por vida

La mentira es su única protección. Mienten para sobrevivir. Sonríen y gimen para el horrendo cliente. El alcohol y la cocaína les hacen más llevaderos los hasta 20 lances sexuales que llegan a soportar en las noches de más concurrencia. "Son actrices. Su vida se basa en actuar. Por eso al final no saben quiénes son", dice Paquita de Lucas. Esto deviene en atroces crisis de identidad.

Entre los 20 y los 23 años viven una etapa dulce durante la cual entra mucho dinero. "Pero es un dinero maldito. Un dinero que se va". Un día sucede que ya nadie quiere pagar por llevárselas al asiento trasero. "Están tantos años viviendo de noche que no pueden ni levantarse con el sol. Les cuesta mucho salir de la anarquía. No entienden ninguna disciplina ni norma", explica De Lucas. Ella lleva años luchando para que estas mujeres sobrevivan una vez terminada la esclavitud de la prostitución. Es una lucha extremadamente difícil que se culmina con éxito el 50% de las veces. "Acuden a nosotras por el boca a boca. Pero nunca vienen solas. Les da mucho miedo. Hemos llegado a tirar cuartillas por debajo de las puertas de los clubes para decirles cómo escapar".

Añade: "Es muy difícil integrarlas socialmente. Cargan con adicciones, con hijos de varios padres. Estos hijos de seguro serán problemáticos. Tienen brotes de agresividad, fobias, rechazos. Están estigmatizadas". Teresa López se explica en el mismo sentido: "Padecen una aversión insuperable al sexo. También puede suceder que lo confundan con la necesidad de afecto. Es prácticamente imposible que formen una familia o que tengan una relación romántica de pareja".

Como en un campo de concentración

En muchos casos, el círculo de drogas, palizas y dependencias esclavizantes es tan férreo que las prostitutas envejecen, se arrugan y jamás aprenden a vivir de otro modo. "El suicidio es un fenómeno común en ese mundo", explica el psicólogo Salvador Alario Bataller.

Este especialista afirma que "el perfil de una mujer forzada a ejercer la prostitución coincide con el del prisionero de un campo de concentración". Su vida cotidiana se compone de agresiones verbales, físicas y sexuales; chantajes, amenazas de muerte directas, a los familiares o mediante la intervención de entidades malignas como el vudú; deudas arbitrarias y desorbitadas; drogodependencias que las hacen más dóciles y manejables.

Semejante avalancha masacra la personalidad y, según explica Alario Bataller, deja secuelas en forma de "irritabilidad, alucinaciones, hiperactivación simpática, somatizaciones por tensión emocional (jaquecas, dolores de cuello y espalda, etc.), intrusiones obsesivas, pesadillas, ataques de pánico, problemas de atención, concentración y rendimiento. Depresión, tristeza, desmotivación, ansiedad, trastorno por estrés postraumático…" La lista es larga.

Eso es lo que espera a Denisse (si realmente se llama así) el día en que deje de ser capaz de consumir todas sus noches helándose en el arcén de una carretera rural de Valencia, vigilada por una siniestra furgoneta desde donde, suponemos, vigila el proxeneta.

Es poco más de la una de la madrugada. Denisse ha quedado atrás. Más allá de un desvío, un policía motorizado empuja suavemente a las chicas carretera abajo. Es irresistible compararlas con un rebaño oscuro, dócil y errante. Pasa algún coche susceptible de buscar carne adolescente. Pero al ver al agente uniformado, el conductor agacha la cabeza y sigue discretamente.



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