viernes, 1 de septiembre de 2006

Se puede descubrir la belleza incluso con sida



Habla Rodolfo Casadei, autor de un libro realizado entre enfermos

RIMINI, jueves, 31 agosto 2006 (ZENIT.org).- «La belleza existe siempre, incluso en la enfermedad más tremenda como el sida: hace falta un amigo que te haga alzar la cabeza para verla». A esta conclusión llega el libro «Los ojos de Irene» («Gli occhi di Irene»), publicado en Italia por «Guerini e Associati».

Realizado en colaboración con la Asociación de Voluntarios para el Servicio Internacional (AVSI), la Asociación «Medicina y Persona» y la revista semanal «Tempi», el libro relata el trabajo de prevención, cura y lucha contra el sida de la ONG italiana AVSI en países como Uganda, Nigeria, Ruanda y Rumanía.

En el volumen, dirigido por Rodolfo Casadei, enviado especial de «Tempi» y experto en África, en el libro participan otros ocho especialistas en los campos de la medicina y de la asistencia a proyectos en países en vías de desarrollo: Arturo Alberti, Cristoph Benn, Paolo Bonfanti, Filippo Ciantia, Valentina Frigerio, Edward C. Green, Allison Herling y Giuliano Rizzardini.

El título viene de la historia de Irene, una ugandesa abandonada por su familia y amigos tras descubrir que era seropositiva, pero que reencontró la esperanza y el deseo de vivir tras conocer a un grupo de colaboradores de AVSI. «Desde aquel día --relata su marido Elly-- el rostro de Irene volvió a resplandecer con su belleza original».

A través del rostro de mi mujer, afirma Elly, he descubierto que «todavía existía la belleza» y que para quien sufría de sida como ella «el único modo de ser feliz era un amigo que te hiciera alzar los ojos hacia el cielo».

Según explica Rodolfo Casadei en una entrevista concedida a Zenit, el libro proporciona «una mirada diversa sobre la enfermedad, entendida como elemento revelador de lo humano. Cuando uno cae enfermo, cambia la experiencia de la persona. Tomas conciencia de su finitud, no como un déficit de potencia sino como realización de lo que eres como hombre. Y ésta es la condición para una auténtica búsqueda del infinito».

«Luego --añade Casadei--, como todos los enfermos tienes la experiencia de descubrir tu gran humanidad, porque pierdes algo en el cuerpo pero descubres que tienes energías morales que no creías tener. De algún modo hay una pérdida de poder pero hay un descubrimiento de ti mismo y de otras potencialidades. Y, más importante que todas las experiencias, se da el acontecimiento de un encuentro de amor con otras personas».

El libro relata decenas de historias de enfermos que encuentran a personas que les ayudan y transforman su vida. El enfoque de dar más atención a las personas y menos a los cuerpos es un hilo conductor de todos los capítulos.

Rodolfo Casadei, que ha ido a Nigeria y Rumanía, para hablar con enfermos y médicos, se declara especialmente impresionado por la historia de Mary in Nigeria.

En la periferia Lagos hay un ambulatorio de AVSI, St. Kizito Clinic, que realiza una serie de actividades de lucha contra el sida. La consejera del centro es una persona con sida, Mary, que hace algunos años descubrió junto a su marido y sus dos hijas que era seropositiva.

El marido, que trabajaba en un banco, murió pronto de infarto por el drama familiar. Mary vendió todo lo que pudo para comprar antivirales para sus hijas. Resistió sin medicinas durante años con el sida encima, haciendo todo tipo de actividad económica para tratar con antiretrovirales a las niñas, hasta el día en que ayudada por la clínica tuvo acceso casi gratuito a los antiretrovirales. Recibió formación y experiencia de campo hasta convertirse ella en consejera.

«Su experiencia y humanidad --afirma Casadei-- es de gran ayuda para los enfermos porque una cosa es un consejero que, tras un examen, le dice a alguien, lo siento pero eres positivo y este empieza a llorar, gritar, pensar en suicidarse, y otra es encontrar a una consejera que le dice: mira eres positivo como yo y por tanto se puede vivir, o estás condenado a morir. Hay todavía mucha vida ante nosotros».

En Rumanía, relata Casadei, lo que más impresiona es el sida infantil. De todos los casos, el 80% son niños menores de 16 años. Fueron infectados entre 1986 y 1990, cuando la sanidad rumana usaba productos a base de sangre no analizada e importados del tercer mundo.

En tiempos del comunista Nicolae Ceaucescu, en los orfanatos, a los niños les suministraban productos hemáticos para reforzarlos. Así se infectaron unos cinco o seis mil niños. Recogieron a los niños infectados en solo orfanatorio que se convirtió en una verdadera leprosería.

Gracias a AVSI y otras asociaciones, informa Casadei, «hemos tratado de sacar a estos niños: a muchos los hemos devuelto a sus familias. Donde las condiciones de pobreza y división impedían el regreso de los niños, hemos realizado casas-familia. Hemos descubierto que había niños de entre 10 y 12 años de los que los padres estaban convencidos de que habían muerto, porque el régimen les señaló como infectados y comunicó a los padres que se olvidaran de ellos».

Rodolfo Casadei cuenta los resultados excepcionales de reducción del contagio obtenidos en Uganda, con los que se demuestra la importancia de mantener un estilo de vida virtuoso, en el que la abstinencia y la fidelidad a una sola persona son puntos cardinales.

Y sin embargo, muchos critican a la Santa Sede por el rechazo al uso del preservativo. «El debate sobre el preservativo --responde Casadei-- tiene bases totalmente ideológicas. En los años noventa, los africanos se mostraban muy abiertos al profiláctico para obtener fondos internacionales. Ahora esta propaganda muy marcada de difusión y el uso del prerservativo ha provocado una reacción político-cultural de hostilidad».

«Hay cada vez más africanos --concluye-- entre los de un cierto nivel, los que han estudiado, dicen: somos personas como los demás, no es verdad que somos depravados sexuales y que tenemos que ir por ahí con los bolsillos llenos de preservativos porque no sabemos controlarnos. Así, tanto la mujer del presidente de Uganda, Yoweri Museveni, como Winnie Mandela han dicho en la conferencia sobre el sida que “la primera acción para detener el sida es la de enseñar a los hijos a practicar la castidad”».
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