Entrevista a Domingo Asún S.
-Una madre descubre que su hijo fuma porros. ¿Qué debe hacer: ir a la policía, hablar con él, castigarle, no dar importancia...?
-Lo primero, mantener la calma. Luego, hacer un análisis de qué ha ocurrido y abrirse a una conversación sobre qué demanda de ayuda hay detrás de esa situación que ella ha descubierto.
Las decisiones que se tomen después deben ser en conjunto con el chico. Pueden ser decisiones que remitan al orden de la modificación de las comunicaciones, del quererse... Si la situación es muy grave, hay que consultar, antes que a la policía, a un especialista. Estamos hablando de una enfermedad.
Si es esporádico, deben ir juntos madre e hijo, a alguien que les informe sobre riesgos y patrones de consumo. Entiendo que ese chico o chica que ya probó, volverá a hacerlo, y es mejor que esté informado.
-Según estudios sociológicos, los jóvenes conocen el riesgo de las drogas, pero siguen consumiendo. ¿Cómo se entiende?
-Tienen un modo de percibir los riesgos diferente al nuestro. En nuestra generación decimos «las drogas» y nos estamos refiriendo a sustancias que generan dependencia, tóxicas, que provocan destrucción individual, social y grupal... Y englobamos en un solo concepto los atributos de muchos productos. Tal vez eso se debe al efecto de la heroína en los años sesenta y, en el caso de América, de la cocaína en los años ochenta. Por eso, cuando hablamos de «la droga», el umbral de riesgo que percibimos automáticamente es alto.
Y hoy, en cambio, tienen información suficiente como para distinguir.
-Sí. Hoy perciben una alta diversidad de sustancias, y se hacen sus propios cálculos, según categorías de riesgo y de placer. Saben perfectamente que si buscan un placer rápido, extremo, irán a consumir una sustancia más peligrosa en términos de autodestrucción. Perciben un alto riesgo en sustancias de las que tenemos experiencia médica desde hace diez años, como la cocaína o la heroína. Pero ha bajado su percepción del nivel de riesgo de las sustancias recreativas, que mejoran sus relaciones sociales y les dan mayor confianza. Eso explica por que tiende a disminuir el consumo de unas sustancias y a aumentar el de otras. Eso, además, va asociado al estilo de vida que les ofrece la sociedad, que es bastante hedonista, y donde la trascendencia, la espiritualidad, el contacto con valores, o elementos del mundo de lo no material es muy escaso. Así, el aumento de consumo, la variación hacia otras sustancias se explica por una percepción diversificada del riesgo, y muy influida por el ciclo hedonista de baja trascendencia espiritual que hemos asignado a nuestros modos de vida predominantes.
-¿Cuáles son las sustancias que más se consumen: la marihuana?
-Insisto en la situación de diversidad. Los chavales eligen la sustancia, como se pueden elegir los elementos para el camping del fin de semana: si voy a ir donde hace mucho viento, llevo esta protección; si voy donde hace sol, llevaré crema solar... Es decir, hay más «racionalidad» en la decisión. Lo que ocurre es que una vez ocurrida la intoxicación, sobre todo si hay alteración de conciencia... ese chaval se puede acabar tirando de un piso veinte, por ejemplo.
Tienden a tomar productos que les producen euforia, comunicación fácil y alivio del estrés, tanto de las relaciones sociales y como el que tiene que ver con las condiciones de competitividad en la sociedad.
-El consumo del porro en España está bastante generalizado, aparte de despenalizado. ¿Es tan inocuo como dicen los consumidores?
-Inocuo no es. Tiene menos consecuencias si se consume de forma espaciada. Su mayor toxicidad viene cuando se consume con una frecuencia de uno al día, tres veces por semana. Y sobre todo, cuando se toma en edades en las que los procesos de interconexión cerebral se están formando. Si en ese momento -desde los 13 hasta los 17 años incluso-, los consumos son altos y, además, se mezclan sustancias, aunque sea esporádicamente, toda esa situación de ordenamiento de los circuitos cerebrales, que permiten la base de una conducta social, se desordena. Eso explica la anomia posterior, la incapacidad de tener contacto con sensaciones, cierta desmotivación. Los jóvenes se entorpecen, se ponen lentos, pierden un poco de memoria. Afortunadamente no es irreversible, pero es la base del fracaso escolar, para el aislamiento...
Puede ocasionar una pérdida de la capacidad afectiva, de divertirse, con el resultado de una primera juventud muy dramática.
-¿Pueden salir de ahí?
-Sí, muchas veces cuando logran contactar con alguna forma de espiritualidad, de trascendencia, que en ocasiones es la religiosa. En ocasiones la trasladan al mundo hindú, o del esoterismo.
De todos modos, el método más exitoso, más allá de las comunidades terapéuticas, es que se produzca la posibilidad de tener un hijo, y al mismo tiempo, una apertura al mundo de la espiritualidad. Preguntarse por el significado de la existencia, saber qué hago aquí en la tierra, cómo me conecto con algo que está por encima de mí... Cuando se hacen esas preguntas (aunque en la sociedad no se las facilitamos mucho, la verdad), se produce el cambio.
-Dicen que entre las personas creyentes es menos frecuente que se recurra a las drogas.
-Le voy a decir un secreto: cuando hay una parroquia o una iglesia, con una labor activa, la patología del riesgo de ese barrio es significativamente menor. En la medida en que las iglesias se han ido retirando de un trabajo, o han sido expulsadas de una labor con gente de edades desde la infancia más tardía hasta la preadolescencia, el riesgo es mayor.
No digo que como prevención de droga tengamos que dar como un ministerio religioso, pero lo cierto es que esas personas religiosas son los que se han quedado hasta el final acompañando a esos jóvenes. Cuando lo dejan, les sustituyen otros, que lo que quieren es sacarles dinero.
-¿Qué se puede hacer para ayudar a los jóvenes en este campo? ¿Qué es lo que se ha demostrado más efectivo?
-Hay que cambiar la conversación con los jóvenes. Hay que ponerse más en su situación, en sus formas de entender la realidad. En este tema, hasta ahora nuestra relación se ha basado más en nuestra supuesta ciencia, que en los deseos y visiones del mundo que ellos tienen. Hacemos más caso a los especialistas que a lo que ocurre en la convivencia con los jóvenes.
-Entonces, lo principal es trabajar en el mundo de lo que tienen los jóvenes alrededor.
-Sí. Hay que tratar de enriquecer y fortalecer las competencias de los padres. Lo cierto es que los padres aprenden, pero cuando ya es tarde. Además, también hay que abordar un cambio del sistema pedagógico, porque se habla en términos de rendimiento escolar, de logros pedagógicos, y no en términos de qué tipo de persona estamos formando.
-Del último congreso de la FAD, ¿qué destacaría como novedades en el trabajo frente a la drogadicción?
-He visto tres grandes novedades. La primera, un avance enorme de la investigación neurocientífica cerebral (…).
Otra novedad, es un intento fuerte por modificar el sistema educativo, uniendo padres y escuela, tratando de repensar qué tipo de sujeto se está construyendo. He escuchado unas sugerencias muy interesantes, que incluso proponen tener escuelas para padres...
Lo tercero es la tendencia a que en este trabajo, los profesionales tengan un mayor margen de creatividad. Es decir, está bien que los métodos de actuación tengan unas pautas, que suelen ser por lo general bastante operativas, pero que resultan muy rígidas. Pero también es necesario conceder mayor confianza a quienes están en la trinchera.
Por Juan Manuel Novo
Domingo Asún S.
Director del Departamento de Psicología Social-Organizativa de la Escuela de Psicología.
Está especializado en Ciencias Sociales y Salud Mental.
Ha sido premiado por el Colegio de Psicólogos de Chile y por la Sociedad de Psicólogos Clínicos.
www.sontushijos.org
www.iglesia.org
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