lunes, 5 de septiembre de 2005

'Ponle más sexo y violencia, imbécil'


Muchos veteranos gurús abofetean a los profesionales novatos con esta recomendación.

¿Qué tiene que ver con la violencia doméstica?
Siete víctimas en agosto. Casi sesenta en lo que va de año. Una película de terror. La ley integral contra la violencia de género -la perla hasta hoy de la paupérrima producción legislativa del Gobierno Rodríguez- es un fracaso. La sangría no cesa. Aumenta. "Todo el Gobierno -dice Soledad Murillo, secretaria general de Políticas de Igualdad del Ministerio de Trabajo y Asuntos Sociales- está consternado y preocupadísimo..." Faltaría más. También toda la sociedad. Del Gobierno se espera más que mucha consternación. Algunos fallos de envergadura se están cometiendo en el diagnóstico de esta lacra.

Esos errores sobre las causas reales se trasladan también a la prevención, al tratamiento o a la punición eficaces. Algunas medidas son insuficientes porque faltan los enormes medios técnicos, humanos y presupuestarios que serían necesarios para una acción integral. Pero otras son parches o, lo que es peor, pura demagogía para la galería. Entre las más inútiles de estas medicinas descuellan las que basan sus expectativas en férreos prejuicios ideológicos, muy ingenuos, sobre la naturaleza y las causas auténticas de la violencia doméstica.


Algunos hallazgos diagnósticos son tonterías de encefalograma plano. Los hechos los desmienten. Pero, erre que erre, la progresía de pensamiento anémico insiste. Su afinidad con las ideologías oficiales las hace políticamente correctas, las protege del asedio del sentido común y de toda crítica libre. Se dice que la causa de la cosa es puramente estacional -como una gota fría-, que en agosto-vacaciones la gente convive más y por eso... hay mas agresiones y muertes. Toma ya. Si así fuera, pues casi no habría muertes el resto del año, no aumentarían las estadísticas anuales y, desde el ángulo de la prevención, bastaría con disuadir a la población española, sobre todo a las mujeres, que no vayan de vacaciones con sus íntimos y allegados -en agosto ni por asomo- y que no intensifiquen la convivencia ni por todo el oro del mundo. Muertas las vacaciones y la convivencia, se acabó el perro y la rabia.

¡Por favor, por favor..., una gota de sentido común! Claro que la violencia doméstica, como su desafortunado nombre indica, ocurre en el seno de la convivencia entre íntimos. Pero no es culpa de la convivencia ni de que sea mayor y en vacaciones convivamos más. La cosa es culpar al abstracto y a la estructura, es decir, a la convivencia. Pero la verdad es terca y el sentido común indica que la culpa es de alguien, de una "persona concreta" o varias de ellas, con nombre, personalidad y biografía singularísima, que es o son quienes nos transforman la convivencia íntima en otra cosa: en un infierno, en una cámara de tortura y en un cadalso.

En países como los nórdicos europeos, donde campan desde hace muchas décadas los planteamientos sociales igualitarios, feministas y antimachistas..., pues va y resulta que ahora mismo sufren estadísticas de violencia doméstica -y de suicidios- mucho mayores que las de los países latinos del sur y, en concreto, que en España. Ante tal evidencia, la bobería cerebralmente plana argumenta -¡asombro del Olimpo!- que esto sucede en Suecia por un "proceso reactivo", hallazgo diagnóstico cuya genialidad estriba en sostener que "cuando las mujeres ganan en derechos e independencia, los hombres reaccionan, humillados, y la violencia se dispara". Toma ya.

Si eso fuera cierto, se estaría vaticinando que en la futura España, cuanto más avance la independencia e igualdad de la mujer, más mártires habrá a manos de unos cabreadísimos machos que ahora se comportan como franciscanos. Ante este pronóstico, no sé si atreverme a sugerir que se derogue la ley integral contra la violencia de género y, ¡Virgen de Lourdes!, quedarnos como estamos.

Un chute de sentido común en vena. Desde la década de los sesenta del pasado siglo, vivimos en una sociedad que ha consentido convertir el sexo, en su sentido más físico y pornográfico, y la violencia, en sus manifestaciones más sanguinarias y atroces, en la sal y pimienta de nuestro ocio, de la literatura, cine y televisión, del escenario mediático y virtual. Vivimos en una sociedad en la que el pensamiento políticamente correcto ha trivializado la sexualidad humana y la ha disociado de cualquier exigencia moral y de autogobierno según valores de excelencia. Al mismo tiempo, esa sociedad ha convertido ese sucedáneo de sexualidad en objeto de culto idolátrico, en lenitivo y evasivo para todas las tensiones y frustraciones, en objeto de hiperconsumo.

Basta con preguntarse, sin las legañas de la ideología o del vicio, qué tipo de mujer es la que propone la fórmula "más sexo y violencia" , la colosal pornografía -la más dura y la de todos los días-, y qué roles y comportamientos se sugieren para ese objeto de codicia sexual, de apropiación y dominio, de satisfacción de las miserias humanas, las insatisfacciones, las frustraciones, las inmadureces psicológicas y las patologías psíquicas.

Preguntarse por ese tipo de mujer es lo mismo -por la recíproca referencia- que interrogarse por qué tipo y calidad de varón estamos maleducando y deformando. En nuestras sociedades, la perversión violenta por razón de intimidad sexual no es una cuestión excepcional referible a individuos concretos. Es una cuestión social, porque arranca ya desde el inicio del deforme modelo educativo en materia sexual, con las prematuras y gravísimas desestructuraciones parentales, y no cesa de agravarse a medida que se suceden las carencias o las malformaciones educativas en los diferentes niveles de socialización y los ciclos de la vida.

Ciertas psicopatologías, alteraciones de personalidad, drogodependencias y alcoholismo son sus mejores cómplices. ¿Violencia doméstica, de género? ¿Falta de igualitarismo? ¿Machismo? ¿Por qué no también feminismo? Errores de base en el diagnóstico. Explicaciones evasivas de las verdaderas causas y responsabilidades. La causa profunda es la compleja trama de la infinita despersonalización de la sexualidad y de su exilio respecto de la exigencia de excelencia moral en todos los sistemas y subsistemas de nuestra sociedad. Hecho este vacío de sentido, cada uno de nosotros, en variada medida, ha consentido que el mercado uniese el sexo y la violencia en miles de productos explícitos e implícitos. En esa escena, lo anormal es que no crezcan más los actos de violencia por razón de sexo.

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