sábado, 20 de marzo de 2004

El testimonio de un farmacéutico católico


Su farmacia está ubicada en el centro de Madrid, en una zona de oficinas. En ella se encuentra de todo; o mejor, casi de todo, pues por determinación propia allí no se venden preservativos. Y es que, a pesar de ser "normal" que las farmacias dispongan de ellos, el tenerlos suponía ir contra sus principios.


No cabe duda, hay cosas para las que se nace. Ronaldo para el fútbol, Mozart para la música, y Lincoln para ser presidente; José Carlos Areses, para farmacéutico.


Él asegura que esta decisión le «ha llevado a pasarlo mal en más de una ocasión. Pero en general la gente me lo ha admitido, especialmente los clientes habituales. Aquellos que son de paso, se quedan terriblemente sorprendidos cuando les decimos que "no los trabajamos", pero de ahí no suele pasar». Al relatarme esto, no pude aguantarme la curiosidad de pedirle que me refiriera uno de esos momentos en que la "ha pasado mal". Él se sonrió y me narró el siguiente episodio.


En 1992, entre sus clientes habituales se encontraba el Instituto Social de la Marina, que periódicamente le hacía pedidos bastante jugosos. En una ocasión recibió de él dos extensas solicitudes, una de medicamentos y otra de de artículos sanitarios. En esta última se incluía la petición de mil cajas grandes de preservativos.


«Cuando lo vi -explica- me quedé de piedra. Lo comenté con mi hijo y con la auxiliar. Ellos, con toda su buena intención, intentaron convencerme de que atendiera el pedido. Era una tontería no hacerlo; si yo no se los daba, cualquier otra farmacia lo haría».

Y continúa: «Me costó mantener mi determinación de no dispensar preservativos, porque la verdad era mucho dinero lo que me jugaba -más de un seis mil euros actuales-, pero con valor sostuve mi postura. Les dije: "Si he optado por no vender preservativos, he de ser coherente, ahora y siempre"».


La decisión de Areses le llevó a perder no sólo dicho pedido, sino todas las compras que periódicamente le hacía el Instituto. ¿Una derrota? Al contrario: «Como contrapartida el Señor me dio mucho más, porque Él nos gana siempre en generosidad. No sólo por lo que nos tiene reservado en la otra vida, sino en ésta también. Me dio una gran alegría, una paz indescriptible y mucha felicidad; encima, los negocios fueron cada vez mejor».

Además, el hecho hizo nacer en él la inquietud de difundir este espíritu, por lo que creó la Asociación Española de Farmacéuticos Católicos, de la que también fue presidente.

La coherencia es un valor poderoso. Ella sola le da a la persona un brillo especial, una atracción casi irresistible. Pero tiene un precio a veces muy caro: la fidelidad a la palabra dada; mas también un altísimo premio: la felicidad. Sí, es costoso, es admirable saber "agarrarse", saber ser fiel. Pero esta lucha es la única que asegura nuestra libertad y, por ende, nuestra realización en plenitud.