jueves, 11 de diciembre de 2008

Siniestralidad vs aborto

Ninguna campaña oficial se ha preocupado de hacer ver que la sexualidad no es un juego.

Ignacio Aréchaga

Los balances de fin de año nos han proporcionado dos datos discordantes sobre causas de muerte en España. El número de abortos sigue su alza disparada: más de 101.000 abortos en 2006, lo que supone un 10,8% más que el año anterior y un aumento acumulado del 105% en los últimos diez años.

El otro dato revela una evolución positiva: la cifra de muertos por accidentes de tráfico desciende de modo sostenido: en 2006 fallecieron 2.741 personas dentro de los 30 días siguientes al accidente, la cifra más baja de los últimos 40 años. Lo llamativo es que la opinión pública considere que la siniestralidad del tráfico es un problema importante, mientras que sólo el descubrimiento reciente de los abortos fraudulentos en gestaciones avanzadas han llamado la atención sobre el negocio de las clínicas abortistas.

El masivo recurso a la anticoncepción no ha impedido que casi uno de cada seis embarazos termine en aborto. Lo cual lleva a pensar que el aborto se está utilizando como un método anticonceptivo más. Al analizar las causas del aumento del número de abortos año tras año hay un motivo que salta a la vista: aunque el aborto sea siempre una decisión dolorosa para la mujer, la realidad es que abortar en España es muy fácil, pues ni tan siquiera se hace cumplir la permisiva ley existente. En el 97% de los casos se invoca el “riesgo para la salud materna”. Como el estado de la sanidad en España no permite pensar que el embarazo ponga en grave riesgo la salud física en muchos casos, de hecho lo que se invoca es el riesgo para la salud psíquica (aunque el Ministerio de Sanidad se cuida mucho de silenciar ese dato). En la práctica, que el embarazo sea una contrariedad es ya suficiente motivo para abortar.

Con estos presupuestos, no es tan extraño que la tasa de abortos por 1.000 mujeres haya subido del 5,5% en 1995 al 10,62% en 2006. En cambio, en el tráfico, la combinación de educación vial y el temor a la sanción está siendo eficaz para concienciar a los conductores. De hecho, durante los últimos cuatro años, el número de víctimas mortales ha bajado un 32%, mientras aumenta el parque de vehículos (+18%) y el número de conductores (+12%). Un signo especialmente preocupante de la siniestralidad por aborto es que el 13,8% corresponden a chicas menores de 20 años, fenómeno que muestra una tendencia al alza. Y eso a pesar de las campañas de adoctrinamiento sobre el uso del preservativo y de las esperanzas puestas en la píldora del día siguiente. Cuando esta píldora se puso a la venta sin receta en 2001, y cuando los servicios de salud de algunos municipios decidieron darla gratuitamente, se invocó la urgencia de reducir los embarazos de adolescentes. Pero da la impresión de que el tiro ha salido por la culata. Ahora incluso los que la apoyaron entonces advierten una tendencia a subestimar los riesgos de determinadas conductas sexuales y una cierta banalización de la píldora postcoital y del aborto como solución.

Pero es fácil decir “¡estos jóvenes son unos inconscientes!”. Habría que pensar antes qué mensaje les están dando las campañas oficiales y los medios de comunicación. Sin duda, los jóvenes son impulsivos, tanto en sus relaciones afectivas como al volante. Pero los datos de Tráfico muestran que el segundo grupo de edad donde más se ha reducido los accidentes mortales en carretera es el de los jóvenes de 15 a 24 años. Bien es verdad que los spots de las campañas de tráfico han sido tan truculentos e impresionantes que han contribuido a poner de moda el cinturón de seguridad. Si alguna vez el Ministerio de Sanidad decidiera hacer campañas mostrando el desarrollo del feto en el vientre materno y su dramática interrupción por el aborto, quizá también las interrupciones del embarazo empezaran a retroceder.

La evolución positiva en los accidentes de tráfico se está consiguiendo con una insistente política preventiva: carné por puntos, más radares para el control de velocidad, educación vial en las escuelas, campañas contra la conducción bajo los efectos del alcohol, endurecimiento de las sanciones que pueden llegar hasta la cárcel... Si los conductores reaccionaran igual que las clínicas abortistas, dirían que hay una caza de brujas y reclamarían seguridad jurídica para conducir sin sanciones.
En cambio, ninguna campaña oficial se ha preocupado de hacer ver que la sexualidad no es un juego y que las conductas sexuales de riesgo —como las del tráfico— pasan factura. Sólo hemos experimentado las campañas sobre “sexo seguro”, pero si algo es seguro a estas alturas es que ninguna ha funcionado, como lo confirman una vez más las cifras del aborto.

Si en las cuestiones de tráfico la evolución fuera tan negativa como en el aborto, el Gobierno habría rectificado hace tiempo para buscar políticas más eficaces. Es hora de reconocer que las estadísticas del aborto y las prácticas fraudulentas que han salido a la luz revelan que estamos ante un problema de salud pública, sanitaria y también ética.

Ignacio Aréchaga es director
de Aceprensa

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