sábado, 13 de agosto de 2005

Perforaciones y tatuajes: actividad no regulada por las autoridades

Buen Artículo de La Nación sobre lo que los jóvenes no saben del piercing.

Los clientes son chicos de entre 14 y 18 años, a veces sin permiso de los padres; el Estado no realiza controles sanitarios


Un día cualquiera, en Buenos Aires, 1500 personas se perforarán alguna parte del cuerpo para ponerse un gancho y otras 1200 se harán tatuajes. La mayoría serán jóvenes. El piercing, como se denomina genéricamente a las perforaciones con fin estético, tiene mayoría de adeptos entre adolescentes de entre 14 y 18 años.

Las chicas los prefieren en el ombligo y en la nariz. Ellos, en la ceja, en el mentón o en la lengua. Y los padres... fuera del cuerpo de sus hijos.

En los últimos cinco años la actividad tuvo un crecimiento exponencial del 300 por ciento, de acuerdo con las cifras de la Asociación de Tatuadores y Afines de la República Argentina (Atara). Sin embargo, para preocupación de los padres, no hay ninguna ley que regule la actividad. Por ende, nadie fiscaliza a quienes practican tatuajes y piercing.

Distintos médicos especialistas en adolescencia consultados por LA NACION advirtieron que, en ese mismo período, aumentó la cantidad de consultas de chicos por reacciones adversas a la perforación o al tatuaje. La mayoría dijo que antes de practicárselo no recibió información sobre las posibles consecuencias. (Ver aparte.)

Pese a que utilizan agujas y equipos de perforación, los locales sólo requieren una habilitación comercial para operar. LA NACION consultó al Ministerio de Salud de la Nación y a las secretarías de Salud y de Control Comunal porteñas. La respuesta fue unánime: hoy para abrir uno de estos locales, basta con tramitar una habilitación comercial bajo el rubro "servicios personales directos en general", rótulo que engloba oficios como manicuría, pedicuría o cosmetología.

El único requisito extra es estar inscriptos en el registro de residuos patogénicos de la Dirección General de Control de la Calidad Ambiental. Nadie controla las condiciones de asepsia con las que operan los tatuadores y piercers. Oficialmente, voceros de la Secretaría de Control Comunal explicaron que tampoco ellos hacen verificaciones sanitarias, ya que ni en la Ciudad (ni en la Nación) existe una ley que regule el tema. Tampoco hay una norma que autorice ni que prohíba a un tatuador o piercer realizar una intervención en menores de edad sin el consentimiento de los padres.

Hace unas semanas hubo un caso que desató controversia en la ciudad de La Plata. Un adolescente se hizo un piercing. El padre, muy enojado, denunció a los dueños del local y un juez entendió que había habido una violación del código civil, y que se había violentado la integridad física de un menor, que jurídicamente no tiene poder de decidir sobre su cuerpo. El caso derivó en una ola de inspecciones y clausuras en el centro de La Plata y en municipios del sur del conurbano bonaerense. En la Legislatura porteña duermen dos proyectos de ley sobre tatuajes. Uno, el del diputado Jorge Giorno (Partido de la Ciudad), que de alguna manera es una síntesis de proyectos que están en danza desde 1999, y que nunca fueron tratados.

Prácticas inescrupulosas

El otro, el que elaboró Atara, y que presentó la legisladora Beatriz Baltroc, plantea que se cree un registro de tatuadores y perforadores, y que éstos deban recibir una capacitación sanitaria. También que se establezcan sanciones para los que trabajen sin autorización de los padres, y se faculta al Poder Ejecutivo a controlarlo.

Según explicaron en Atara, en la ciudad hay unos 300 locales. Distintos tatuadores consultados por LA NACION en los locales de Santa Fe al 1700 dijeron que a diario se realiza un promedio de cinco perforaciones y unos cuatro tatuajes. De allí surge la estimación de que por día se hacen unos 1500 piercing y unos 1200 tatuajes. "Pero no todos hacen las cosas como corresponden. Hay muchos inescrupulosos que perforan o tatúan a menores, y que operan en condiciones sanitarias peligrosas", explica Diego Staropoli, presidente de Atara.


Autoclaves y descartables

La asociación de tatuadores tiene unos 100 miembros, a quienes se les exige que tengan equipos de autoclave para esterilizar, que trabajen con material descartable y que una vez por mes certifiquen ante un inspector de Atara los lotes de materiales que utilizan.

También se les exige que hagan un curso de esterilización e higiene, otro de bioseguridad y otro de primeros auxilios. "Pero como el gobierno no lo controla, eso es algo que queda sujeto a la autorregulación. Y no debiera así", dice Staropoli. Otro de los requisitos es que pidan autorización escrita de los padres para tatuar o perforar a menores. Durante la recorrida que hizo LA NACION por la galería Bond Street, la mayoría de los locales aseguraron que así lo hacían.

"No atendemos a menores si no viene un mayor a cargo", explicó Ivo, del local CXG, en la entrada de la galería. Ninguno tuvo inconveniente para abrir las puertas de la suerte de quirófano en el que realizan las perforaciones y mostrarlo. No todos reaccionaron de igual manera. "No pueden pasar ni sacar fotos. No quiero hablar ni salir en ninguna nota", salió al cruce una joven que atiende en Tattoo Museum.


Por Evangelina Himitian
De la Redacción de LA NACION



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