sábado, 4 de diciembre de 2004

Un fallo contra el amor

Le leo a este amigo un artículo que me parece muy interesante. No lo suscribo al cien por cien pero su enfoque me gusta. Con su permiso lo reproduzco íntegro:

A mí me parece que esta cuestión del presevativo se está planteando mal. Por un lado está el modo de entender la Iglesia las relaciones sexuales. Que deben ser en el matrimonio y abiertas a la vida. Ciertamente con un sentido responsable de la paternidad. Eso es lo que postula la moral católica.

El preservativo tiene escaso sentido en el matrimonio salvo para evitar los hijos. O en el caso de que uno de los esposos tenga una enfermedad de transmisión sexual.

Para el primero de los casos la Iglesia propugna medios naturales de control de la natalidad. Cuyo uso hasta fortalece el matrimonio en el que es importantísimo el respeto. Y el que se acostumbra a respetar pequeñas cosas, esperar a pasado mañana, no dejarse llevar siempre por el instinto o la pasión, respeta la gran cosa que es la mujer o el marido. La persona del otro que a la vez es tan tuya. Y todo eso contribuye a que crezca el amor. Sin el cual la relación sexual en el matrimonio es un acto puramente animal.

El otro caso, el de la enfermedad transmisible en uno de los conyuges es una cuestión de confesonario. Que cualquier sacerdote normal entenderá. Y también es muy bueno para la vida acudir al confesonario. Por supuesto que para la vida de la gracia. Pero estoy diciendo que también para la vida.

Yo creo que la campaña contra el preservativo no se debe hacer por el porcentaje, escaso y cierto, de fallos del mismo. Eso no es lo malo del mismo. Todos sabemos que la aspirina no calma siempre el dolor de cabeza. Pero, si lo calma un 95% de las veces, bendita aspirina.

No debemos hablar del fallo del preservativo sino de que el preservativo es un fallo. Un fallo contra el amor. Porque, si amas, no dejas a tu mujer o a tu marido para irte con otro. Y, si todavía no tienes mujer o marido, no estás preparando un buen matrimonio acostándote con cualquiera. Porque después, acostumbrado a que eso no tiene importancia, no amarás con toda tu alma al que vaya a ser tu mujer o tu marido. La promiscuidad sexual no tiene nada que ver con el amor. Es lo contrario del amor. Y una pésima escuela para el amor. Las consecuencias las experimentamos todos los días. Las separaciones al año, o a los tres años del matrimonio, las agresiones a la mujer, las infidelidades, el pan nuestro de cada día nos dicen que ahí no hay amor. O, si lo hubo, uno estaba tan mal preparado para el amor que lo malbarató enseguida.

Y ahora, el tremendo fallo del preservativo. Lo que hace miserable esa campaña institucional en su favor. Dirigida a la juventud. Claro que ese uso es bastante seguro. Claro que así se evitan muchos hijos y muchas enfermedades. Pero... Si acostumbramos a los jóvenes a la promiscuidad, cuántas veces se van a encontrar con que no lo tienen a mano. Y, ¿entonces? ¿Lo van a dejar para mañana? Eso es no conocer a la juventud. Tal vez se les ocurra, como con las mujeres agredidas, dar a todo joven un móvil para que acuda, raudo y veloz, un funcionario motorizado con el adminículo en cuestión cuando una pareja se encuentre enardecida y sin adminículo. Y me atrevo a asegurar que, aun así, el funcionario raudo y veloz llegará tarde el 99% de las veces.

No es ese el camino que hay que facilitar a la juventud. Hay que prepararles para el amor y no para el sexo indiscriminado. Que es lo más contrario al amor.

Francisco José Fernández de la Cigoña

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