martes, 13 de septiembre de 2005

«El turismo sexual ya está en las ofertas de “todo incluido”»

«El turismo sexual ya está en las ofertas de “todo incluido”»

El obispo italiano Piero Monni denuncia el silencio de los gobiernos ante la explotación de menores

A. Laggia/M. Velasco



Una joven, ayer, en la ciudad de Pattaya (Tailandia), «paraíso» del turismo sexual

Milán/Madrid- Organizaciones criminales, touroperadores y clientes, policías conniventes y gobiernos de los países en los que se practica forman el entramado de un fenómeno en alarmante crecimiento: la explotación sexual de menores. Monseñor Piero Monni, teólogo y jurista, observador permanente de la Santa Sede en la Organización Mundial del Turismo, (organismo de la ONU con sede en Madrid), ha querido denunciar con fuerza esta desgraciada realidad, encubierta hasta hace pocos años por el silencio tácito de la sociedad y los gobiernos.
«Si la pedofilia es, por desgracia, una torpe realidad tan vieja como el mundo, el turismo sexual se ha convertido en una verdadera plaga social en aumento en estos últimos lustros, debido, sobre todo, al crecimiento del turismo masivo», afirmaba ya monseñor Monni en su libro «El archipiélago de la vergüenza», que presentaba una radiografía del fenómeno. «Las principales metas de este turismo ya se conocen: en Asia, Filipinas, Taiwan, Tailandia, Birmania, India y Ceilán; en América, Brasil, México, Santo Domingo y Costa Rica; en África, Kenia y Sudán. Pero en la lista no faltan los civilizados países europeos: basta recordar el tráfico pedófilo de países como Rumanía, que explota a miles de niños en las calles de Bucarest», explicaba a la revista italiana «Jesus».

«Paraísos» sexuales. El mercado de la prostitución infantil mueve más de cinco millones de dólares anuales. No solo se tolera la prostitución, sino que se le hace propaganda para atraer el turismo y hacer caja. «El fenómeno no involucra sólo a los ricos turistas occidentales», afirma Monni. «En Brasil, Venezuela y Colombia existen bandas especializadas en el secuestro de niñas para abastecer los burdeles de los centros mineros de la Amazonia. Y a 30 kilómetros de Manila existe una aldea de 6.000 habitantes, de los cuales 3.000 son menores que se dedican a la prostitución para el turismo organizado con el tácito consenso del Gobierno filipino», continúa el prelado. «Se calcula que sólo en La Habana existen cerca de 35.000 mujeres que se dedican a la prostitución. En Bogotá, el 70 por ciento de las menores que se venden en la calle se inician con 11 años. Los paraísos del turismo sexual ya entran en las ofertas del “todo incluido” y en los folletos publicitarios de muchos touroperadores; los paquetes turísticos incluyen cada vez más a menudo los “servicios especiales” de menores en el hotel, y en los catálogos aparecen las fotos de los niños, los servicios que ofrecen e incluso diversos trucos para evitar a la Policía o corromperla», revela Monni. «Pattaya, en Tailandia, es uno de estos tristes “paraísos”. Se anuncia de este modo en un folleto inglés: “Un oasis que no duerme nunca; solo para quien sabe disfrutarla, exprimirla, usarla y abusarla... Localidad no apta para puritanos”».

Vender a un hijo. Las redes de explotación se sitúan donde la permisividad de los Gobiernos es mayor. «En Tailandia, meta tradicional del turismo sexual, donde los propios europeos son propietarios de burdeles de menores, están cambiando las cosas gracias a la eficacia de la acción de las ONG’s, de los institutos religiosos y de la intervención del primer ministro que denunció en 1993 que en su país más de 200.000 niños vivían en estado de esclavitud. Entonces el movimiento pedófilo se trasladó a la vecina Camboya, un país donde impera la corrupción», explica el prelado. «Allí un niño cuesta solo cinco dólares. En Vietnam, miles de niñas son raptadas o compradas a sus familias para ser deportadas a Camboya y llenar los hoteles y prostíbulos. A veces las leyes nacionales son más severas contra un camello que contra un pedófilo. Luego está la lucha feroz por la supervivencia de las clases más pobres. No es raro que un campesino venda a su hijo menor a cambio de dinero para lograr la supervivencia de la familia. Pero también he visto en Bangkok el coraje de las monjas católicas, que salen a la calle a rescatar a estos menores a pesar de las amenazas locales», revela.

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