jueves, 19 de julio de 2007

Sida Mental

Más peligroso que la misma enfermedad es la actitud con que se enfrenta la misma desde un pensamiento débil

A estas alturas, desde que en 1983 se detectó que era el virus VIH el causante del SIDA, y que lo que hace es atacar y destruir nuestro sistema inmunológico, el que nos defiende de enfermedades, las cosas básicas están claras. Así pues, la enfermedad se llamó SIDA (Síndrome de InmunoDeficiencia Adquirida). El organismo de la persona con SIDA no tiene defensas para anular a los agentes patógenos.

No se sabe qué parece más desconcertante, si el surgimiento de la pandemia del sida o la reacción de respuesta que ha despertado en la sociedad contemporánea.

En un medio de comunicación, se acuñó el término de SIDA Mental, y no precisamente para referirse a aquellas patologías en la cabeza que muchos enfermos de SIDA pueden sufrir, éstas tienen otros nombres. Por SIDA Mental se entiende a aquel estado psicológico que poseen ciertas personas por el que no son capaces, ni mental ni anímicamente, de protegerse y de enfrentarse a esta enfermedad. El SIDA, por lo tanto, parece que no sólo ataca a los linfocitos, nuestras células defensoras, sino que ataca a nuestros razonamientos y resortes mentales que deberían protegernos de conductas peligrosas. Es una especie de inmunodeficiencia en el plano de los valores existenciales. Es algo así, como si la pasión de un pirómano por el fuego fuera tal, que quedara bloqueado y no fuera capaz de apagarse a sí mismo cuando está ardiendo; tanto le gusta jugar con fuego, que la pasión le ciega.

Los homosexuales, desgraciadamente, son proclives a tener este SIDA mental, antes de que puedan padecer también el SIDA clínico. Para un enfermo, una de las cosas peores que pueden sucederle, es que no reconozca su enfermedad. Se dice que un hipocondríaco es aquel que sin tener enfermedad se cree que está enfermo. Debe haber una palabra para aquel que está enfermo y no se lo cree (¿psicópata, tal vez?). Si no se dan cuenta los homosexuales que sus conductas son antinaturales y muy peligrosas para el contagio del SIDA, padecen de SIDA mental, no tienen recursos de autodefensa.

En los comienzos de la enfermedad, en 1981, en California, el SIDA comenzó a dar la cara entre grupos de homosexuales. El Centro de Control de Enfermedades de Atlanta, donde se llevaba toda la información, trató de detener estos primeros brotes de la nueva epidemia. Los casos se multiplicaban de semana en semana, y ya estaba pasando a personas normales que por una simple transfusión con sangre contaminada adquirían el virus. Costó muchos esfuerzos cerrar los "baños públicos" donde se veían y cohabitaban los homosexuales. Estas personas protestaban y protestaban para no verse privados de "sus derechos". Hubo que imponer el cierre de aquellos locales: el sentido común decía que eran el foco de una gran epidemia. Quién sabe si ese cierre y otras medidas se hubieran tomado más rápidamente, ahora el SIDA no estaría extendido tanto. Estados Unidos es ahora uno de los países con más personas contagiadas, pues se estima que uno de cada 200 norteamericanos son seropositivos. 

Los educadores, los informadores acerca de esta enfermedad, también suelen padecer esta enfermedad del SIDA mental. Se creen que sabiendo algo del tema, ya tienen todo hecho y pueden aconsejar a los demás. Deben reconocer que informar y aconsejar son dos cosas diferentes, y que quizá no están dotados para ambas tareas.

En los años de los que se hablaba, cuando la primera expansión del SIDA entre homosexuales, discursos de Reagan llenos de sentido común sobre el SIDA eran tachados de conservadores. Realmente eran conservadores estos discursos, pretendían conservar la salud de los ciudadanos. De Reagan son frases como: "Tanto la medicina como la moral enseñan lo mismo sobre la prevención contra el SIDA. Nuestro ministro de Sanidad ha dicho a todos los americanos que el mejor modo para evitar el SIDA es abstenerse de la actividad sexual hasta la edad adulta. Y después limitar el sexo a una relación fiel y monogámica. Este consejo y el de rechazar la droga, puede evitar de modo natural la difusión del SIDA. Millones de personas siguen ya este sabido y válido consejo; nuestra nación es más pobre por la perdida de quienes, al rechazarlo, han sufrido grandes dolores, disgustos e incluso la muerte. (...). La educación es determinante para la información y prevención del SIDA. Los padres tienen la responsabilidad de ayudar a sus hijos a ver la belleza, la bondad de la castidad antes del matrimonio y la bendición de una vida familiar estable, a decir sí a la vida y no a las drogas. Las autoridades educativas deberían ser determinadas localmente, en coherencia con los valores profesados por los padres. Padres y educadores deberían enseñar a los hijos a no dejarse llevar por las relaciones prematrimoniales o por la droga y, a situar la sexualidad en el contexto del matrimonio, vivido con fidelidad, compromiso y madurez"

En esta línea podemos continuar con otros grupos de personas que por sus conductas de riesgo son propensas al contagio. Si hablamos de los drogadictos por vía intravenosa, nos damos perfecta cuenta que tienen disminuida su voluntad para dejar la droga; a esto es a lo que también se llama SIDA Mental. Ellos sólo admiten medidas cómodas, que si metadona, que si jeringuillas nuevas y gratis. Se puede comprender que estas personas piensen así, pero lo que ya es mucho más difícil de comprender, es que otras personas no drogadictas también lo piensen.

Estas personas sanas, si no reconocen que, junto con la educación y reinserción, hay que perseguir el tráfico y el consumo de drogas, éstas, también tienen el SIDA mental. Están embotados por una mentalidad permisiva y falsamente tolerante y no saben poner remedio: se hayan sin defensas.

Se entiende mal la tolerancia, se disculpa cualquier actitud, y se piensa eso de "todo el mundo es bueno". El problema del SIDA no es como el de la gripe que podemos disculpar a aquel compañero de oficina que nos contagió a unos cuantos. Si nos abstenemos de buscar los focos de infección, las conductas de riesgo, y de culpabilizar a las personas que contribuyen a la expansión del SIDA, estamos adquiriendo el SIDA mental por un mal entendido concepto de la tolerancia.

Dentro de las autoridades civiles y sanitarias también está desarrollada esta enfermedad del SIDA mental. Quieren resolver todos los problemas con criterios democráticos y de consenso, cuando una cosa es la salud y otra la enfermedad. Con la enfermedad no se puede negociar, hay que atajarla aunque duela. Reparten condones y jeringuillas que es como querer atajar las hemorragias con tiritas, sin tener en cuenta aquí tantos otros aspectos negativos.

Este SIDA Mental es también contagioso, pero no al modo que el otro SIDA. El llamado síndrome de Estocolmo también puede darse en estos ambientes. Si uno se mete en muchos congresos, en muchas reuniones o en muchas asambleas y debates, puede también adquirir el SIDA mental. Es como sucede en tantas asambleas que uno entra bien y sale mareado, con la cabeza caliente y los pies fríos; y lo peor de todo es que uno entró allí con las ideas claras, con lucidez. Nos esforzamos por razonar la sinrazón y es cuando nos mareamos y somos capaces de consensuar ese tipo de medidas que agradan a todos, hasta a los virus que tendrán muchas más oportunidades de reproducirse.

Y el ciudadano normal, también es proclive a padecer este sida mental. Carecer de defensas éticas es el resultado de una inculturización desde niño a la que muy pocas personas se sustraen. Haz lo que te pida el cuerpo -dicen-, no reflexiones, no pierdas el tiempo en ello, ya te damos nosotros las consecuencias hechas eslóganes, además, no tienes tiempo. Para que no tengas tiempo, ya te daremos suficientes entretenimientos que dominen tu atención e imaginación, comenzando por el deslumbramiento diario y constante de la televisión. Te daremos pienso suficiente, y a engordar como animal de granja. Como te han puesto en ese circuito en el que cuando adquieres uso de razón, ya estas acostumbrado a correr, inscrito en una loca carrera que no es la tuya, y montado por alguien que te manipula continuamente.
Educado así, mejor dicho, acostumbrado así, te parecerá habitual que siempre hayas nacido para ser esclavo, para ser montado.

¿La droga? 
Es mentira que quieran quitarla, siempre deberá estar ahí para lograr narcotizar a los desencantados del sistema que acudirán al opio como tabla se salvación, o de inhibición. Lo único que querrían quitar es la delincuencia que trae consigo, y sienten envidia de quien se enriquece con el comercio. Pero, si la gente se drogara "sin problemas", a todos nos tendrían narcotizados, es la mejor forma de dominar y controlar al pueblo.

A pesar de todo lo expuesto, habrá personas que no parece que entiendan. Algo hay en los apologistas del condón que les obliga a decir no a los razonamientos de estos capítulos. Todo los querrían tener más fácil, a bajo coste, sin esfuerzo. Al parecer, son integristas del materialismo y del consumismo, y sólo vale lo que les de placer, lo que les satisfaga.

No hay más sordo que el que no quiere oír. Este no querer oír es debido muchas veces, a que esas personas tienen una forma de entender la vida radicalmente diferente. Quieren curarse de esta enfermedad, pero acuden a métodos acordes con su forma primitiva de entender la vida. Son como esos brujos de aquellas tribus africanas del Camerún que querían intervenir en el foro internacional contra el SIDA que hubo en ese país africano. Estas personas no quieren que el médico opere, que el científico intervenga, que el humanista hable de normas éticas entre las personas, quieren seguir con sus costumbres arcaicas.

Esas personas han rebajando su dignidad, y tienen otro modo de entender la vida. Han elegido un camino en sus normas, que decirles que aquello conduce a un callejón sin salida es como hablar a sordos. Hay algunas personas que viven engañadas todo el tiempo, todas las personas pueden engañarse algún tiempo, pero nunca todas las personas estarán engañadas todo el tiempo.

A esas personas, con las que a menudo dialogamos, les pone nerviosos los razonamientos de sentido común. Pienso, a veces, que consideran los sentidos físicos de la persona, como únicas fuentes de felicidad, y no consideran que el abuso o desorden puede hacer desgraciada a una persona. Es como aquel que no comprende que algo sea bueno al paladar, pero malísimo para el estómago, no comprende, se lo pide el cuerpo y... . Estas personas piensan, (si lo piensan), que las sensaciones y el placer debe ser máximos, a tope, y no les importa morir de sobredosis, al fin y al cabo, dicen, todos vamos a morir. Es aquello que decía el lema: "sabemos que la droga mata lentamente, es igual, no tenemos prisa".

Intentar convencer a un chulo que cambie de vida, resulta tan difícil como a un alcohólico que deje el alcohol, o a un drogadicto la droga. Difícil, no imposible.

Lo que no estamos dispuestos es a soportar que sea verdad de nuevo, aquello de que la ignorancia es muy atrevida. Al menos, que reconozcan que no están dispuestos a seguir los consejos que se les dice, porque no les da la gana.

Somos varias personas amigas las que damos charlas y conferencias sobre el SIDA, allí donde se nos llama. Coincidimos en ver la cuestión de la prevención, más o menos todos de la misma forma, en los términos en los que se narran estas páginas.

Un día estaba dando una madre joven una charla a nivel divulgativo a unos jóvenes, en un instituto de los llamados difíciles. Poco antes de finalizar, y en lugar de rebatir algo que no les pudiera haber gustado o quedado claro, tres o cuatro gamberros desde el fondo, haciendo gala de sus habilidades de bufón inflaron con la boca varios condones, y a modo de globos los empujaron hacia adelante. Sorpresa para todos, y risas generales.

Habían conseguido cargarse la charla, no cabe duda. Una de las formas de que una persona deje de razonar, es ahogarla pronto con un chiste fácil: casi siempre da resultado. La señora tuvo la entereza como para, sin alterarse, concluir con dos minutos más la charla, y abandonar la sala después.

Las palabras que a continuación pronunció, y las que -después pensó- podía haber añadido, más o menos recordadas, fueron estas :

"Parece que a buena parte de vosotros, no os gustan las ideas expuestas acerca de que la mejor prevención es estar lejos de conductas de riesgo. Quizá consideráis anticuados, aunque son las costumbres más sanísimas, el vivir sin droga, con orden sexual, y con fidelidad matrimonial. Pues bien, esas son las mejores medicinas para prevenir el SIDA, pero nadie va a obligaros a tomarlas. Ahora bien, con la misma claridad os diré:

- No me vengáis después pidiendo ayuda porque os ha abandonado la familia por ser portadores del VIH.
- No vengáis pidiendo ayuda para salir de la droga.
- No os quejéis si vuestra mujer o novia os puso los cuernos.
- No os quejéis de si los hombres siguen siendo unos machistas empedernidos.
- No os quejéis cuando vuestra vida ya no tenga ningún horizonte; de que no vale la pena vivir. No valdrá la pena vuestra vida, pues la habéis hecho explotar en mil pedazos en vuestra juventud.
- No os quejaréis de que nadie nunca os habló claro.
- No diréis nadie me dijo nunca toda la verdad sobre el SIDA.
- No me preguntéis por vuestros miedos, depresiones y complejos.
- Trataréis de maquillar vuestra ajada mirada con postizas sonrisas, porque vuestra vida es un asco.
- Me dais miedo, sois violadores en potencia
- Me dais pena, sois carne de SIDA.

Espero no acordarme entonces de que, cuando más joven, tenía sentimientos cristianos, para no tener que recoger vuestras piltrafas: no tendré ninguna obligación de hacerlo."

¡Cuántas personas quieren ayudar! ¡Qué bien visto está la solidaridad! Pero, ¿acertamos? ¿Sabemos cuál es la ayuda que necesitan los enfermos, los drogadictos, las prostitutas, los homosexuales, las personas con prácticas de riesgo? ¿Sabemos qué ayuda necesitan los ciudadanos en general, para que no acaben cogiendo esta enfermedad tan terrible? Podemos estar tan confundidos acerca de cómo debe ser la ayuda que necesita una persona, que podemos hacer lo que algunas madres que les facilitan ellas mismas la droga a su hijos, para que no se les ocurra tener que robar el dinero. Si ese hijo fallece por la droga, ¿dormirá tranquila esa madre sabiendo que era ella la que hizo toxicómano total a su propio hijo?, ¿que ella es culpable de su muerte?

En lo escrito hasta ahora puede uno reconocer que se falla a la hora de ayudar, que incluso con una buena predisposición, no se acierta y quizá se esta haciendo daño. Se puede, sin querer, estar contribuyendo a la expansión de la enfermedad. Esto puede ser disculpable, aunque rápidamente corregido. Lo que no tiene perdón, es que la intención del personal sanitario, familiares, amigos, etc., sea quitarse un problema de encima, aunque se sospecha que el mal brotará, más tarde, y más virulento.

Nos preguntamos hasta qué punto son útiles el dinero mensual que muchos enfermos de SIDA reciben como pensión. Buena parte de ellos lo gastan en seguir consumiendo droga. Los "chutaderos", cuando están más concurridos siempre, es a principios de mes. ¿No sería mejor, dar este dinero a un familiar cercano que se comprometa a administrárselo? ¿No sería mejor dárselo a una institución para que con ese dinero lo atienda? ¿No sería mejor dar el dinero pero sólo como cheques únicamente convertibles en comida o ropa? Hasta en los mismos hospitales donde son atendidos los enfermos de SIDA, hay que vigilarles de continuo para que no se sigan drogando.

Nos preguntamos, y se preguntan médicos y enfermeras, ¿para qué sirve atender y curar parcialmente al toxicómano enfermo, si cuando se reanime volverá al barrio de siempre a drogarse? Son múltiples atenciones las que reciben los enfermos en los hospitales, tantas, que algunos ya recuperados, no quieren irse. Pero semanas después, y como han vuelto a la misma vida, vuelven a ingresar en peor estado. ¿No hay nadie que les espere a la salida del hospital? ¿No hay nadie, que aun en contra de su voluntad, les ofrezca un futuro mejor?

Todo esto se le parece a una ciudad en la que estuviera asegurado la limpieza y arreglo de los coches, cuando se ensucian o deterioran, pero en la que existiera una despreocupación total por hacer carreteras practicables, o por poner una normas de circulación para evitar accidentes.

Hay colectivos que trabajan en el campo de la prostitución, pero lo que hacen es dar instrucciones a las prostitutas, para que actúen -dicen ellos- con menos riesgo. ¿Se las ayuda a salir de la prostitución? ¿Se las obliga -por su bien, y el de otros-, a dejar esas forma de vivir? No, desgraciadamente no. Es como si quisiéramos ayudar a los esclavos, dejándoles tobilleras para que las cadenas no les hagan tanto daño. Así, todo el mundo contento: el dueño porque le dura más la mercancía, las esclavas por que sienten un alivio, y el cliente porque encuentra un producto en mejor estado. Además, ¿Quién asegura que la prostituta, bajo los efectos muchas veces de la droga, recordará o hará caso a las lecciones?

Lo que externamente queda como una tarea social, digna de ser subvencionada, no es más que una nueva rama de la Formación Profesional actual. Hay que estar al día con las demandas sociales, dicen. Las pobres prostitutas, contestan que tienen el oficio de la calle, y que no les ha salido otra cosa. Así que dos mañanas semanales, mil pesetas y un tazón de leche con galletas, es el ritmo a seguir. Trabaje seguro, la consigna a vivir, aunque su dignidad y su futuro esté por los suelos: otros se aprovechan de ello.

Solemos tener todos un prejuicio muy frecuente, y es el que a toda acción de ayuda o de solidaridad, le debe seguir un agradecimiento inmediato del beneficiario, y eso no es verdad. Es muy fácil y confortante recibir una sonrisa después de dar un dinero que el drogadicto nos pide para la pensión, ¿se lo va a gastar en eso? Es muy fácil recibir una sonrisa después de dar una jeringuilla nueva, lo agradecen, pero le estás dando la soga con se ahorcará.

Del mismo modo pensamos, que cualquier cosa que hagamos que afectado no lo desee, puede ser una coacción, y a las personas hay que dejarlas libres, aunque sepamos a ciencia cierta que volverá con la droga. Entonces, si no se debe ni coaccionar mínimamente a nadie, ¿por qué cierran con llave las ventanas de la habitación?, ¿para que no se tire, y se suicide? Da la impresión que realmente no nos preocupan las personas, solamente el que no nos den problemas, y haya que recogerles estrellados en la vía pública.

La ayuda necesaria que proponemos es la que propondría cualquier persona verdaderamente afectada por el problema, y sea capaz de reconocerlo. Es decir, un padre que ha perdido a su hijo, después de tres años de verle sufrir por la enfermedad, y muchos años antes sufriendo por la loca vida de ese hijo suyo. Querríamos que hablara la abuela que todo lo sufre y que soporta la lenta agonía de su nieto, pues los padres no tiene ya fuerzas para atenderle, y que pasa los últimos meses de su vida prácticamente paralítico, haciéndoselo todo, sin poder dormir, con dolores, sin poder articular palabra, etc. Querríamos que hablara el hijo que nació contagiado de la enfermedad por la vida irregular que llevaron sus padres dentro de la droga, y que le espera una infancia llena de enfermedades, dolores, y muerte segura en su más tierna infancia. Querríamos que hablara la fiel mujer, que confiaba en la fidelidad correspondida de su marido, a pesar de que este viajaba mucho, y pasaba con frecuencia días fuera. Ella también se contagió. Querríamos que hablaran y dieran soluciones, pues esa es la verdadera ayuda, tantas y tantas madres martirizadas por la tolerancia oficial con el consumo y tráfico de drogas. Querríamos que hablara aquel exdrogadicto que a consecuencia del SIDA, entre otras cosas, ha perdido por un tumor en la cabeza, la movilidad casi completa de piernas y brazos, y habla con muchísima dificultad. Se le entiende, sin embargo, sus críticas a la tolerante policía y al barrio de gitanos donde se trafica y que no dejaría ni una casa en pie. 

Mientras los ministros y subsecretarios ni siquiera tienen claro que la tolerancia, y cualquier legalización aumenta el problema, ellas sufren el día a día de sus hijos. Pero ellas no tienen apenas fuerza, y los afectados no son capaces de reaccionar y salir del callejón en el que se han metido.

Que propongan métodos de ayudar a los afectados por estos mundos que conducen al SIDA, las personas que sufren los efectos más próximamente. Esos si que lo sienten en sus carnes el problema, y no el concejal o ministrillo de turno, que sólo piensa en la comodidad de su sillón, en la puntualidad para tomar el café, y rellenar folios e informes consensuados.




Comité Independiente AntiSida

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